
“La vida está hecha de momentos”. Peter Demetz.
La palabra “momento” conlleva en si misma una dualidad semántica extraña. Derivada de la palabra latina movimiento (movere), se refiere, por un lado, a un breve espacio de tiempo, un efímero intervalo, un instante, por lo tanto, hablamos de una pausa momentánea o de un placer momentáneo; y sin embargo, el “momento” puede también referirse a algo de gran importancia, como indica la palabra “momentous” -por ejemplo un día trascendental, o una decisión trascendental. Mientras puede sonar, como digo, extraña, esta dualidad semántica es también, a determinados niveles, fiel reflejo de la experiencia, ya que es precisamente la unión de esas pausas y esos placeres, de esos días y decisiones, -ya sean perdurables o fugaces, ya sean consecuentes o leves- sobre la que yace y adquiere forma la vida vivida; en otras palabras, lo más trascendental que cualquier de nosotros puede decir que posee, y además, al final, lo más momentáneo.